- TXT: Ana Rivero
- IMG: Mila Razmilic
08:00 AM – Si me imagino mi día perfecto, entonces tengo que empezarlo en Chiloé.
¿Y sabes dónde? En las cocinerías de Dalcahue; porque lo primero que quiero comer ese día son las empanadas del Rucio, esas que hace con navajuelas, de pino y de locos. Esta foto tendría mi desayuno perfecto: en una mano, esta delicia de empanada; en la otra, un tazón de té. Y de fondo ese alucinante paisaje chilota, ese tesoro escondido, ese que convierte a Chiloé en el mejor destino de mi vida.
12:00 PM – Pasan las horas y ya es mediodía.
Estoy en Santiago parado frente a La Bodeguilla de Cristóbal [en Bellavista] porque me dieron ganas de un escabeche de sierra o de bonito. Y como tengo sed, pido un par de copas de buen pipeño. En mi día perfecto tengo tiempo. Entonces camino hasta el barrio Franklin, porque me hace feliz comprar cachureos imprescindibles, como un muñeco de goma de Condorito del ‘50 o un par de vinilos. Con mis compras me voy a La Casa de la Cueca en Avenida Matta con Carmen, a comer un chupe de guatitas o una plateada a la olla con papas doradas y ensalada chilena, mientras Pepe Fuentes canta tangos y cuecas y María Esther Zamora, mi querida faraona del folklore, revuelve la olla cantando las segundas voces y a mí me dan ganas de gritar “¡Viva Chile!”.
17:00 PM – Es invierno y hace frío.
Me dan ganas de unos churros tibios y voy a Soy Churro, en Providencia, don- de el sabor se apoderó de la calle. Ya es de noche y el Liguria se me aparece. Voy afuera del bar y me paro con un par de piscolas sobre el barril a conversar con el Comandante Burgos sobre el amor, la pelota, la belleza y todos esos temas intrascendentes que hacen que nuestra vida trascienda. Luego, caramboleado, me voy a Valparaíso a cantar al Cinzano, paso por unas chorrillanas al J Cruz o por unos ravioles de toma- te-pera en el Espíritu Santo o por el costillar de chancho en La Caperucita y el Lobo.
Ese es mi día perfecto… como ves, soy un chico fácil